lunes, 22 de octubre de 2012


ESOS MAESTROS, LOS NIÑOS.
UNA LECCIÓN DE AMOR Y DE UNIDAD.

Incidente que tuvo lugar en los Juegos Olímpicos Especiales de 1998.

Los Juegos Olímpicos Especiales se organizaron para brindar una oportunidad a niños y adultos de disfrutar juntos de una competición amistosa. Lo que distingue a estos juegos es que cada persona compite con el hándicap de las condiciones mentales o físicas que les impiden participar en los Juegos Olímpicos internacionales que acaparan la atención del mundo cada cuatro años. Este artículo era la historia de nueve niños que se hicieron amigos durante su estancia en el campus olímpico de 1998.

Una mañana coincidió que todos competían juntos en la misma pista y en la misma prueba. Al sonido del disparo inicial, se lanzaron a alcanzar la meta que se encontraba en el otro extremo de la pista. Fue un niño que padecía el síndrome de Down el que hizo que este relato fuera tan especial. Mientras los otros competidores avanzaban por la pista utilizando todos sus medios para llegar a la meta, este niño redujo la marcha y miró hacia la línea de salida. Vio que uno de sus compañeros se había caído al principio de la carrera y estaba intentando levantarse.
 
El niño del síndrome de Down se detuvo de pronto, se dio la vuelta y se dirigió hacia su amigo. Uno a uno, todos los competidores al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, dieron la vuelta y le siguieron, hasta llegar de nuevo al punto de partida, levantaron a su amigo, se cogieron todos de los brazos y juntos recorrieron la pista hasta llegar a la meta. En ese momento, esos nueve niños cambiaron las normas de la competición. Con el cronómetro todavía marcando, trascendieron los límites del tiempo y del deporte para crear una experiencia en la que cada uno terminó a su manera, pero todos a la vez. Para ellos no tenía sentido llegar a la meta sin los demás.

Esta historia es importante por dos razones. Cada vez que la comparto, la imagen de los niños abrazados para llegar a la meta evoca una fuerte emoción, que lejos de provocar tristeza o frustración, las personas suelen describir como una emoción de esperanza. Esa emoción abre la puerta a nuevas situaciones en nuestras vidas. Además, esta historia supone un bellísimo ejemplo de cómo un grupo de jóvenes, con la inocencia de su amor mutuo, cambiaron el curso de su experiencia, al aplicar una nueva regla a una situación establecida. A su manera, los niños de los Juegos Olímpicos Especiales nos recuerdan las grandes posibilidades que se nos brindan en nuestra vida a medida que nos adentramos en un peculiar momento de la historia.

Hemos visto que es posible redefinir los parámetros de las profecías para nuestro futuro. Las pruebas nos recuerdan que nosotros intercedemos en nuestro propio nombre, cada vez que respondemos a los retos de nuestra vida diaria. Quizá la mejor forma de demostramos tales posibilidades sea indagar en la naturaleza de la compasión, del tiempo, del perdón y de la oración con la visión de nuestros antepasados. Con el lenguaje de su tiempo, ellos nos recuerdan que en realidad somos uno y, que por encima de cualquier otra razón, hemos venido a este mundo para amar.
(tomado del libro El Efecto Isaías, de Gregg Braden)

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