domingo, 18 de noviembre de 2012

El Templo de Mutatis y Bartomeu


EL TEMPLO DE MUTATIS Y BARTOMEU:

Muchos pueblos se habían cruzado en el camino de Bartomeu, desde que inició su largo peregrinaje. Había aprendido muchas cosas en cada uno de ellos, sin embargo sus ansias de buscar y adquirir conocimientos parecían no saciarse. Ni él sabía lo que buscaba, le daba la impresión de solo dar vueltas y vueltas. Pero proseguía, creía era ese su sino.
Recordaba que en un pueblo al que llegó, uno de los primeros, cuando casi empezaban sus andaduras y era bastante inocente, había visto en las afueras un objeto grande y alargado en el cielo azul, de color gris y con muchas ventanas, era difícil compararlo a algo conocido y que estuviera en el suelo firme. ¿Una gran casa en lo alto?. Se quedó contemplándolo un largo rato, tal vez por curiosidad. Y de repente esa cosa larga con muchas ventanas se elevó a gran velocidad desapareciendo en el firmamento.
Él explicaba su vivencia cuando tenía ocasión para encontrar referencias, pero a la mayoría de la gente no parecía importarles el tema para nada, ocupados estaban en sus quehaceres, los propios y los impuestos. Algunos incluso le decían que sólo había tenido alucinaciones, y lo miraban raramente, casi con compasión. Pero Bartomeu sabía lo que había visto, evitaba las discusiones, y ahí se quedó, en un rincón de su subconsciente , sólo rememorándolo en su mente cuando alguien mencionaba anecdóticamente a los dioses del cielo, pero él prefería no expresar nada.
 Lo curioso es que algunas noches, tras aquel suceso, había soñado que se encontraba en el centro de un recinto redondo, siendo observado inquisitivamente por lo que parecían abuelos de pelo blanco muy serios, sentados alrededor de él.
Bartomeu caminaba de día, cruzando terrenos montañosos y bosques, descansando por la noche en algún recoveco. De vez en cuando paraba para descansar y comer algo. Se sentía solo, aunque muchos se cruzaran por el camino, con saludos de respeto y deseos de buen viaje. Solía recostarse contra algún árbol al que le agradecía su sombra, pero hablándole en voz baja, no fuera a ser que lo tomaran por un loco. Curiosamente algún árbol se estremecía con una fuerte brisa, y Bartomeu se preguntaba si no había sido una respuesta. También hablaba con los pájaros que se posaban en ramas cercanas, lanzando bellos trinos al aire. Bartomeu pensaba sonriendo: esto no se parece en nada a una conversación convencional. Sin embargo esos cantos parecían darle fuerzas. Tal vez haya un lenguaje que él desconozca, un lenguaje de vibración y energía que la mente no capta, un lenguaje que más que comunicar, aportara. Lo que estaba claro era que el campo explayaba su imaginación, o sus sentidos.
Un día, de pronto, cuando el sol se hallaba justo en el cenit, Bartomeu creyó divisar lo que parecía un templo entre unas formaciones rocosas. Esa estructura llamó su atención y se acercó. Para su sorpresa se encontró efectivamente con un templo y un viajero como él hablándole a una especie de estatua robusta y alta. Se acercó más. En el umbral del templo se alzaba una gran y maciza puerta, y encima de ella unas inscripciones grabadas en piedra que rezaban: MUTATIS GRUPI. Al lado derecho de la puerta otras inscripciones que ponían: En honor de los alienados, de los amantes de ríos y praderas, de los renegados, de los soñadores, y otras palabras algo borrosas que no llegó a distinguir - Bienvenidos. Al final aparecían unas palabras a modo de firma: Alma Mather.
Pero se quedó estupefacto cuando pudo comprobar que el viajero, al que había tomado como chiflado, mantenía una real conversación con la estatua que ahora identificaba como una esfinge. No podía salir de su asombro. Guardó silencio y escuchó. La esfinge le preguntaba a ese individuo: "¿Cuál es el animal que por la mañana camina sobre cuatro patas, al mediodía sobre dos, y al atardecer sobre tres?, si contestas correctamente la puerta se abrirá y podrás entrar". Parecía que aquel hombre conocía la respuesta, tales ínfulas se daba que contestó muy seguro de sí mismo y dándose aires de sabiondo: "¡Já!, la respuesta es facilísima, por pura lógica de la que puedo presumir, ¡es el hombre!"
La esfinge le contestó: "Respuesta equivocada, la puerta no se abrirá, aún no para ti". Y la esfinge perdió sus increíbles gestos, cerrando los ojos y quedándose inerte, como piedra que era.
Bartomeu, frotándose los ojos, se preguntaba que habría dentro del templo que ese hombre ansiaba tanto, tal vez poderosos sabios poseedores de una gran sabiduría que él también ansiaba.
De pronto ve al hombre ponerse rojo y sacar unos alimentos y tomates de su alforja que arrojó con gran furia contra la esfinge, la cual permanecía impasible, gritándole: "Pero esto no es así, la pura lógica dice que es el hombre ese animal..." y algunos improperios que es mejor no mencionar. El hombre bastante enfadado dio media vuelta y despotricando se alejó del lugar, sin siquiera reparar en Bartomeu que había estado allí todo el tiempo.
Bartomeu, aún sorprendido, se quedó atrapado en la escena sin saber qué hacer. De pronto la esfinge, que había quedado quieta, como si la cosa no fuera con ella y despreocupada de las manchas de tomates y otros alimentos estampados, como si sintiera su presencia, abre nuevamente los ojos y se dirige a Bartomeu: "¿Qué quieres?". Bartomeu, algo asustado le pregunta: "¿Quién eres?". La esfinge contesta: "Soy el guardián del templo, ¿qué quieres?". Bartomeu, más animado pero aún inquieto responde: "No, no pretendo nada, sólo busco".
Y de repente, la puerta empieza a abrirse muy lentamente con un sordo chirrido. Tornando la mirada de aquí para allí, Bartomeu continúa la conversación simplemente por inercia: "Pero, noble señor, la respuesta de ese hombre parecía la correcta, la razón nos dice que..." e interrumpiendo su exposición la puerta se detiene con un gran ruido, volviendo a cerrarse también muy lentamente.
"¿Qué pasa", pregunta Bartomeu. La esfinge contesta: "Tu mente inquieta hace que tus pensamientos vuelvan a cerrar la puerta. No pienses tanto. Siente y atiende. La mente nunca tendrá las respuestas. El que estuvo antes de ti cree lo contrario. Solo ha repetido. Él llevaba tomates, yo no".
Bartomeu cierra los ojos para intentar comprender el mensaje, pero no puede evitar quedarse un momento fuera de sí, y de pronto otro ruido enorme le hace abrir los ojos para apreciar que la puerta comienza de nuevo a abrirse. La esfinge le dice: "Ahora puedes entrar". Nuestro personaje, decidido y atraído misteriosamente, no menos que intrigado, comienza a caminar hacia la puerta abierta, pero la esfinge le advierte: "Pero antes de entrar debes dejar todo tu ropaje fuera".
"¿Qué ropaje?", refiere Bartomeu, "¡Si voy ligero de ropas, como puedes ver!". "No me refiero a esa ropa", interrumpe la esfinge, "Me refiero a la que han puesto sobre ti, sobre tu alma, las costumbres, hábitos, creencias, conductas, prejuicios y demás, los pueblos en los que te has detenido. Ellos te han traído hasta aquí, pero ahora debes soltar. Deja esos alimentos exteriores, dentro no te hacen falta. Entra con la mente limpia, como cuando viniste al mundo. Sé que puedes hacerlo".
Aún sin comprender demasiado lo que la esfinge le proponía, Bartomeu inicia, con paso decidido, la entrada al templo. De afuera se ve todo oscuro, posiblemente por el contraste, pero lo inaudito es que cuando nuestro personaje entra al templo, la puerta se cierra estrepitosamente y la oscuridad se vuelve total. Rodeado por un insospechado silencio y una exagerada oscuridad, solo quedan la expectación y curiosidad como únicos acompañantes. Bartomeu comienza a sentir un suave calor que aplaca un poco el frío del local, y a lo lejos cree divisar una suave y cálida luz, que no sabe localizar en el espacio, y que va creciendo. "¿Vendrá alguien con alguna lámpara?, ¿será esto una trampa?", se consuela pensando, al mismo tiempo que un inesperado miedo e inoportuna angustia comienzan a invadirle. Como respuesta, la luz aquella comienza a menguar y el frío a ganar terreno. Bartomeu parece intuir que lo que ocurre depende de él, quiere esa luz y calor, y recordando las palabras de la esfinge, decide acatar esos mensajes con firme voluntad, sumergiéndose en ese profundo silencio. Aquella luz, en un momento sin tiempo, comienza a crecer...

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