sábado, 23 de noviembre de 2013

LA CONCIENCIA DEL YO


"En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas" (Juan. 1:1-3).
Jane Roberts & Robert Butts
La identidad puede calificarse de acción (el verbo) que está consciente de sí misma. Para propósitos de nuestra discusión , los términos 'acción' e 'identidad' deben quedar separados; pero, básicamente, no existe tal separación. Una identidad es también una dimensión de existencia, acción dentro de acción, un desenvolvimiento de acción sobre sí misma y, mediante este entretejido de acción con sí misma, a través de esta reacción se forma una identidad.
La energía de la acción, las obras de la acción dentro y sobre sí misma, forman identidad. No obstante, si bien la identidad está formada por acción, la acción y la identidad no pueden estar separadas. La identidad, entonces, es efecto de la acción sobre sí misma. Sin identidad, la acción carecería de sentido y significado, pues nada habría sobre lo que la acción pudiera actuar. La acción debe, por su misma índole, de sí misma y de sus obras, crear identidades. Esto se aplica desde lo más simple hasta lo más complejo. Una vez más, la acción no es una fuerza externa que actúe sobre la materia. En vez de ello, la acción es la vitalidad interna del universo interior, es el dilema entre el deseo y el ímpetu de la vitalidad interna de materializarse por completo y su imposibilidad para hacerlo.
Este PRIMER DILEMA resulta en acción, y de las propias obras de la acción sobre sí misma hemos visto que se forma la identidad, y que estas dos son inseparables. Por lo tanto, la acción es una parte de toda estructura. La acción, habiendo por sí misma y debido a su naturaleza, formado la identidad, ahora debido también a su naturaleza parecería destruir la identidad, puesto que la acción debe involucrar cambio y cualquier cambio parece amenazar la identidad.
Sin embargo, es una noción equivocada el pensar que la identidad depende de la estabilidad. La identidad, debido a sus características, continuamente buscará estabilidad, mientras que la estabilidad es imposible. Este es nuestro SEGUNDO DILEMA.
Es este dilema entre los constantes intentos de la identidad para mantener estabilidad y el impulso inherente de la acción por el cambio, lo que resulta en el desequilibrio, el exquisito subproducto creativo que es la conciencia del yo. Pues la conciencia y la existencia no resultan de delicados desequilibrios tanto como son hechas posible por la falta de equilibrio, tan ricamente creativa que no habría realidad si se mantuviera siempre el equilibrio.
Tenemos una serie de tensiones creativas . La identidad debe buscar estabilidad, mientras que la acción debe buscar cambio; no obstante, la identidad no podría existir sin el cambio, puesto que es el resultado de la acción y es parte de ella. Las identidades nunca son constantes, como ustedes mismos no lo son, consciente o inconscientemente, de un momento al siguiente. Toda acción es una terminación, como ya se discutió antes. Y, no obstante, sin la terminación cesaría de existir la identidad, pues la conciencia sin acción cesaría de estar consciente.
La conciencia, por lo tanto, no es una 'cosa' en sí misma. Es una dimensión de la acción, un estado casi milagroso, hecho posible por lo que yo prefiero llamar una serie de dilemas creativos.
Debería resultar bastante fácil ver cómo el segundo dilema evolucionó del primero. He dicho que el segundo resultó -y constantemente resulta- en la conciencia del yo. Ésta no es la conciencia del ego. La conciencia del yo es todavía conciencia directamente conectada con la acción. La conciencia del ego es un estado resultante del TERCER DILEMA creativo, que ocurre cuando la conciencia del yo pretende desligarse de la acción. Como esto es obviamente imposible, en virtud de que ninguna conciencia o identidad puede existir sin acción, tenemos el tercer dilema.
Otra vez: la conciencia del yo implica una conciencia del yo interior dentro de -y como parte de- la acción. La conciencia del ego, por otro lado, implica un estado en el que la conciencia del yo intenta divorciarse de la acción -un intento por parte de la conciencia para percibir la acción como un objeto...- y para percibir la acción como iniciada por el ego como un resultado, más que como una causa, de la propia existencia del ego.
Estos tres dilemas representan tres áreas de realidad dentro de las cuales la vitalidad interior puede experimentarse, y aquí  tenemos la razón del por qué la vitalidad interior nunca puede lograr la materialización completa. La misma acción involucrada en el intento de la vitalidad por materializarse a sí misma se suma a la dimensión interior de la vitalidad misma.
La acción (vitalidad interior) nunca puede completarse a sí misma. La materialización en cualquier forma que sea, de inmediato multiplica las posibilidades de materialización adicional. Al mismo tiempo, debido a que la vitalidad interior es autogeneradora, sólo una fracción diminuta de ella se necesita para sembrar un universo.
De conformidad con la aseveración hecha con anterioridad, de que la acción necesariamente modifica aquello sobre lo que actúa (que básicamente es ella misma), entonces se desprende que la acción involucrada en nuestros actos cambia la naturaleza de estos. A menudo he hablado de la conciencia como la dirección en la cual se enfoca un yo. La acción implica infinitas posibilidades de enfoque.

(EL MATERIAL SETH, Jane Roberts-1979)

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