"En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios,
y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él
fueron hechas" (Juan. 1:1-3).
Jane Roberts & Robert Butts |
La identidad puede calificarse de acción (el verbo) que está
consciente de sí misma. Para propósitos de nuestra discusión , los términos
'acción' e 'identidad' deben quedar separados; pero, básicamente, no existe tal
separación. Una identidad es también una dimensión de existencia, acción dentro
de acción, un desenvolvimiento de acción sobre sí misma y, mediante este
entretejido de acción con sí misma, a través de esta reacción se forma una
identidad.
La energía de la acción, las obras de la acción dentro y
sobre sí misma, forman identidad. No obstante, si bien la identidad está formada
por acción, la acción y la identidad no pueden estar separadas. La identidad,
entonces, es efecto de la acción sobre sí misma. Sin identidad, la acción
carecería de sentido y significado, pues nada habría sobre lo que la acción
pudiera actuar. La acción debe, por su misma índole, de sí misma y de sus
obras, crear identidades. Esto se aplica desde lo más simple hasta lo más
complejo. Una vez más, la acción no es
una fuerza externa que actúe sobre la materia. En vez de ello, la acción es la
vitalidad interna del universo interior, es el dilema entre el deseo y el
ímpetu de la vitalidad interna de materializarse por completo y su
imposibilidad para hacerlo.
Este PRIMER DILEMA resulta en acción, y de las propias obras
de la acción sobre sí misma hemos visto que se forma la identidad, y que estas
dos son inseparables. Por lo tanto, la acción es una parte de toda estructura.
La acción, habiendo por sí misma y debido a su naturaleza, formado la
identidad, ahora debido también a su naturaleza parecería destruir la
identidad, puesto que la acción debe involucrar cambio y cualquier cambio
parece amenazar la identidad.
Sin embargo, es una noción equivocada el pensar que la
identidad depende de la estabilidad. La identidad, debido a sus
características, continuamente buscará estabilidad, mientras que la estabilidad
es imposible. Este es nuestro SEGUNDO DILEMA.
Es este dilema entre los constantes intentos de la identidad
para mantener estabilidad y el impulso inherente de la acción por el cambio, lo
que resulta en el desequilibrio, el exquisito subproducto creativo que es la conciencia del yo. Pues la conciencia y
la existencia no resultan de delicados desequilibrios tanto como son hechas
posible por la falta de equilibrio, tan ricamente creativa que no habría
realidad si se mantuviera siempre el equilibrio.
Tenemos una serie de tensiones creativas . La identidad debe
buscar estabilidad, mientras que la acción debe buscar cambio; no obstante, la
identidad no podría existir sin el cambio, puesto que es el resultado de la acción
y es parte de ella. Las identidades nunca son constantes, como ustedes mismos
no lo son, consciente o inconscientemente, de un momento al siguiente. Toda
acción es una terminación, como ya se discutió antes. Y, no obstante, sin la
terminación cesaría de existir la identidad, pues la conciencia sin acción
cesaría de estar consciente.
La conciencia, por lo tanto, no es una 'cosa' en sí misma.
Es una dimensión de la acción, un estado casi milagroso, hecho posible por lo
que yo prefiero llamar una serie de dilemas creativos.
Debería resultar bastante fácil ver cómo el segundo dilema
evolucionó del primero. He dicho que el segundo resultó -y constantemente
resulta- en la conciencia del yo. Ésta no es la conciencia del ego. La
conciencia del yo es todavía conciencia directamente conectada con la acción.
La conciencia del ego es un estado resultante del TERCER DILEMA creativo, que
ocurre cuando la conciencia del yo pretende desligarse de la acción. Como esto
es obviamente imposible, en virtud de que ninguna conciencia o identidad puede
existir sin acción, tenemos el tercer dilema.
Otra vez: la conciencia del yo implica una conciencia del yo
interior dentro de -y como parte de- la acción. La conciencia del ego, por otro
lado, implica un estado en el que la conciencia del yo intenta divorciarse de
la acción -un intento por parte de la conciencia para percibir la acción como
un objeto...- y para percibir la acción como iniciada por el ego como un
resultado, más que como una causa, de la propia existencia del ego.
Estos tres dilemas representan tres áreas de realidad
dentro de las cuales la vitalidad interior puede experimentarse, y aquí tenemos la razón del por qué la vitalidad
interior nunca puede lograr la materialización completa. La misma acción
involucrada en el intento de la vitalidad por materializarse a sí misma se suma
a la dimensión interior de la vitalidad misma.
La acción (vitalidad interior) nunca puede completarse a sí
misma. La materialización en cualquier forma que sea, de inmediato multiplica
las posibilidades de materialización adicional. Al mismo tiempo, debido a que
la vitalidad interior es autogeneradora, sólo una fracción diminuta de ella se
necesita para sembrar un universo.
De conformidad con la aseveración hecha con anterioridad, de
que la acción necesariamente modifica aquello sobre lo que actúa (que
básicamente es ella misma), entonces se desprende que la acción involucrada en
nuestros actos cambia la naturaleza de estos. A menudo he hablado de la
conciencia como la dirección en la cual se enfoca un yo. La acción implica
infinitas posibilidades de enfoque.
(EL
MATERIAL SETH, Jane Roberts-1979)
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